Los tejados de la Catedral

Los tejados de la Catedral

Que la Plaza del Obradoiro es el centro monumental de Santiago de Compostela lo sabemos. Que es a la vez un espacio de descanso, para quienes llegan tras un largo peregrinar, y de celebración, por haberlo conseguido, también lo podemos intuir. Y que desde el centro de esta plaza tenemos las mejores vistas que existen en la urbe compostelana, el que no lo sepa es que no ha estado en ella.

Ahora vamos a dejar volar la imaginación, porque en esta historia veremos esta plaza desde arriba, desde cuarenta metros de altura. ¿Os imagináis salir al vestíbulo de casa cada mañana, y tener, a vista de pájaro, el Obradoiro a vuestros pies?

    | Pues con esta idea en la mente… ¡nos vamos de paseo por los tejados de la Catedral de Santiago!

Viajemos hacia atrás en el tiempo, que es nuestro ejercicio favorito, para conocer a Ricardo Fandiño Lage y a su familia.

Ricardo es un sastre de Sobrado dos Monxes que viene a Compostela y se empadrona en esta ciudad en 1940. Fue el último campanero de la Catedral. Un oficio que realizó entre los años 1942 – 1962 y que tenemos la suerte de conocer bien gracias a que anotaba todo cuanto hacía. 
 
 «16 de enero de 1942. Entro de campanero cobrando 180 pesetas al mes. Era fabriquero don Antonio Villasante; deán, mi padrino, don Salustiano Portela Pazos; y tesorero don Claudio Rodríguez. En esta fecha, todos los empleados teníamos el mismo sueldo, 180 pesetas al mes»

    | ¡Es maravilloso! Parece como si se abriera una ventana en el tiempo y nos trasladásemos mágicamente a otro momento histórico.

¿Sabéis dónde vivía Ricardo y su familia? Pues nada más y nada menos que en el mismísimo tejado de la Catedral de Santiago.

Durante más de trescientos años, sobre la cubierta de la Catedral existía una vivienda. Hogar para los campaneros del templo y sus familias, siendo Ricardo el último en habitarla. Debido a la frecuencia diaria y la necesidad de rigor y puntualidad en los toques de las campanas, el campanero no podía vivir alejado de su lugar de trabajo. Ya sabéis que hasta pasados los años 60, los repiques de  las campanas eran el medio de comunicación entre los vecinos.

Cuando es nombrado campanero, Ricardo se traslada a esta casa con su mujer Encarnación y en ella pasan los primeros años de infancia sus tres hijos (Ricardo, Jesús y Feli). Cuando se remodelaron los tejados de la Catedral, se derriba la vivienda.

Por los dibujos de Ricardo y el croquis de la edificación, sabemos que estaba construida junto a la torre sur. Disponía de una cocina amplia, un comedor y dos habitaciones. También tenían un gallinero, que hacía a la vez de váter, además de guardar las gallinas y un gallo. El agua para la casa se canaliza hasta el tejado cuando estos últimos moradores se instalan en la vivienda. Hasta entonces los anteriores inquilinos debían subirla a pulso con calderos.

Sabemos que el quiquiriquí del gallo de esta familia fue muy famoso. Puntual cada mañana, cuando el sol se asomaba por detrás de San Paio de Antealtares, anunciaba la llegada de un nuevo día a los santiagueses.

«1943. Año Santo. El fabriquero Villasante me dio cinco pesetas por cada repique en las peregrinaciones oficiales que entrasen en la Catedral»

Ciento ochenta pesetas, que era lo que cobraba Ricardo por su trabajo de campanero, no eran suficientes para vivir 5 personas, así que debía ganar dinero por otras vías. Como era sastre y no se le daba nada mal, empezó a aceptar encargos para confeccionar trajes. De su destreza también hizo uso el clero de la Catedral al morir el sastre oficial de la misma, aunque su «que Dios te lo pague, Fandiño » no le ayudaba mucho en su economía familiar. La palabra de Dios hará muchas cosas, pero comida, no compra.

Gracias a las anotaciones de Ricardo sabemos cómo era un día en su vida, a cuarenta metros del suelo. Empezaba a trabajar a las 6:00 de la mañana y terminaba al anochecer. Lo que viene siendo un  “de sol a sol, día tras día. Como su jornada era taaaaan… larga, además de campanero y sastre, también ejercía de tiraboleiro. Mientras él estaba en misa haciendo volar el botafumeiro, Encarnación se ocupaba de las campanas. Eso sí, bien documentada con las partituras que su marido le escribía a mano.

    | El ingenio del campanero no conocía límites.

Cansado de madrugar para el primer toque de la mañana, con un cable y unas poleas, ideó un sistema para tocar la campana grande de la basílica desde su propia cama, sin levantarse.

Son muchos los recuerdos de infancia que destacan los hijos de Ricardo y Encarnación. 

Ricardo, el hijo pequeño, fue el único que vino al mundo en el propio tejado. Recuerda, entre otras anécdotas, que nunca aprendió a montar en bicicleta porque la inclinación de las cubiertas no proporcionaba el escenario adecuado para ello.

Jugar en el tejado era mucho más divertido que hacerlo en la calle, ¡donde va parar!, y de hecho recuerdan que en vez de bajar ellos, subían sus amigos.

Cuentan cómo además de gallinas y un gallo, en el tejado había muchos ratones, así que la familia siempre tuvo gato. En especial se acuerdan de Micifú, un gato más aficionado a cazar palomas que ratones.

En una de las ventanas de la torre que da a la Plaza de Platerías hay una losa sobre la que su madre ponía a secar los que fueron los quesos más aireados de todo Santiago.

Son muchas las aventuras que podríamos incluir en esta evocadora crónica y otras tantas las que activan nuestra fantasía, pero toca poner de nuevo los pies en tierra.

Con esta historia esperamos dos cosas de vosotros. Por un lado llegar a vuestra curiosidad e imaginación y que así nos lo hagáis saber en nuestras redes sociales. Y en segundo lugar conseguir incentivaros para hacer una ruta guiada por los tejados de la Catedral. Vale la pena, por las vistas, por las historias que os cuentan y porque aún se guardan las huellas de quienes tuvieron allí su hogar. Pero eso hay que verlo en vivo y en directo.

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